Auschwitz, una visita para no perder la memoria

Cada 27 de Enero se conmemora, en memoria de las victimas del holocausto, la liberación de los prisioneros del campo de Auschwitz en 1945. Por ello, y aprovechando que, después de 72 años de estos hechos, rescato el material fotográfico que tengo de Auschwitz para intentar hacer mi propio homenaje personal a estos hechos.

David salió por la puerta de la habitación en la que tenía la inmensa fortuna de compartír camastro con su padre y espacio con otras muchas personas. Acababa de oír la voz de su padre siendo reprendido por la voz de otro hombre con tono alterado.

El oscuro pasillo iba llenándose de la claridad de la luz del sol cuanto más al fondo y unas siluetas acababan de desaparecer. David corría ansioso, tratando de no perder de vista a aquellos dos hombres, ya que quería saber que estaba pasando con su padre. Le venía a la mente lo que otros chicos de su edad, con los que trabajaba a diario en tareas de construcción, le decían siempre: cuando los hombres de uniforme se enfadaban, siempre acababa mal…

Auschwitz

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Hacía dos días que la madre de Gabriel, el otro menor que vivía en su mismo barracón, había desaparecido. Todos los mayores del barracón cuchicheaban entre ellos más de lo habitual, o al menos eso le parecía a David, ya que cuando el se les acercaba, todos cambiaban de tema y sonreían tranquilos. O eso querían hacerle creer a él.

A sus once años, David era consciente de que seguía vivo gracias a una mentira que su padre y el mantenían en todo momento:

-«Catorce años. De ahora en adelante, tu tienes catorce años y nunca, nunca, digas otra cosa a nadie, ¿De acuerdo?»

Muchos otros que habían llegado al campo hacinados con él en aquel oscuro vagón no habían tenido la misma suerte. Sabía que esa pequeña mentira le garantizaba al menos no desaparecer, a diferencia de lo que le había pasado al resto de niños de vagón. No había vuelto a ver a ninguno de ellos. Fue también la última vez que habló con su madre, antes de que los separaran al llegar al campo de trabajo.

Sabía que le debía todo a su padre. Por eso, cuando escuchó a los guardias gritándole, no dudó en salir corriendo del barracón, aprovechando que estaba sin vigilancia. El hombre de uniforme parecía tirar de el cuando los volvió a ver, ya a lo lejos, varios edificios más adelante. El camino de tierra que los separaba pasaba delante de varios edificios de ladrillo, donde otras muchas familias vivían en su interior, escuchando los gritos pero evitando cualquier contacto visual por miedo a represalias. 

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El control en el área era férreo, ya que cada edificio estaba custodiado por al menos una pareja de soldados, pero hoy, por alguna extraña razón, no se veía a nadie vigilando. David corrió lo más rápido que pudo para llegar al final del camino, donde los edificios se acababan.

La explanada que comenzaba a partir de allí acababa de ser acondicionada para ese nuevo edificio que habían finalizado de construir hacía solo unos pocos días. Irónicamente, Gabriel y él habían tomado parte en su construcción.

Ese nuevo edificio se parecía mucho al que recordaba, muy vagamente, de cuando vivía en Bremen. Desde aquella época solo había pasado un año, aunque parecía que habían sido muchos más. Todas las mañanas, muy temprano, iba a la puerta del gran horno industrial en el que se preparaba el pan y otros productos derivados para ser repartidos a todos los despachos de la ciudad.

David y su familia muchas veces no tenían dinero para comprar pan (y cuando lo tenían, eran muchas las ocasiones en las que no se lo vendían). Por ello, una de sus opciones más recurrentes era esperar pacientemente hasta que alguna mala hornada fuera descartada y ellos pudieran hurtar alguna hogaza.

Pues esa nueva construcción a la que parecía que habían llevado a su padre tenía una chimenea similar de la que también salía humo, aunque el olor, en lugar de abrirle el apetito, le revolvía el estomago…

Las hileras de hombres de verde frente a la puerta resolvían el misterio de la falta de vigilancia, pero abrían una nueva pregunta: ¿que suscitaba tanta curiosidad para que hubieran abandonado sus puestos y contemplaran expectantes el nuevo edificio?

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Auschwitz, el simbolo del horror

La historia del campo de concentración y exterminio más conocido de la historia del genocidio que se escondía detrás del enfrentamiento de la 2º Guerra Mundial es ya tan conocido que intentar dar más datos o una fidelidad mayor que los cientos de películas, series y libros que se han publicado sobre este tema es poco menos que una tarea imposible.

El libro «El niño del pijama de rayas«, el final de la serie «Hermanos de Sangre» o la historia de la película de «El Pianista» son unos populares retratos realmente interesantes y completos sobre diversas perspectivas personales del que fue uno de los secretos más horribles de este periodo.

Y hablar del «secreto» de los campos de concentración que poblaban la Europa ocupada era un eufemismo como pocos que aun a día de hoy sigue siendo una de las preguntas que sigue sin una respuesta real:

¿Alguno de «Los tres grandes» que coordinaron las fuerzas aliadas (Iósif Stalin, Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt) tenía conocimiento de la existencia de estos campos?

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Si recuerdas, durante nuestra última visita a Berlín (y si no lo has leído no se a que esperas, porque tienes todos los artículos aquí 😉 ), te contaba en detalle un poco sobre como Alemania pasó a estar gobernada por el partido Nazi.  Este fue uno de los hitos que llevó, en pocos años, de estar en una situación de incipiente prosperidad económica después de la 1º Guerra Mundial a acabar cayendo de nuevo en un conflicto bélico de gran magnitud como fue la 2º.

Los hechos que fueron concatenándose desde la invasión de Polonia por las tropas alemanas llevaron a Europa por la senda de la catástrofe. Alemania se expandió, controlando gran parte del continente y apretando con fuerza el yugo que ponía sobre cada ciudadano de la ciudad que iba cayendo en sus manos. Los campos de prisioneros comenzaban a brotar como setas por toda la Europa conquistada, con una rapidez inusitada. Pero esto era solo el inicio, ya que muchos de los prisioneros de esos campos tenían asignado un final mucho peor

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Auschwitz, el campo de concentración definitivo

Auschwitz no solo es el campo de concentración y exterminio más conocido si no que, de hecho, tiene esa popularidad como un símbolo representativo de los otros muchos campos que salpicaron el territorio ocupado por Alemania.

Las dimensiones de este plan premeditado de exterminio solo pueden ser apreciadas cuando conoces el número de campos de diversos tipos que llegaron a existir en la Europa ocupada: 1.600 según algunos estudios.

Países Bajos, Polonia, Italia o Ucrania. Todos estos países, y muchos más, durante la ocupación y sometimiento alemán fueron receptores de estos campos de la vergüenza.

Judíos, gitanos y otras etnias minoritarias acabaron, tarde o temprano, en estos campos, con distintos resultados en función del campo, pero con un único y gran cometido común: aislar y humillar a las consideradas razas inferiores.

Auschwitz solo era un campo de entre cientos, pero fue en el que se alcanzó un nivel de daño a la raza humana con premeditación y alevosía por parte de los agentes al cargo que pone los pelos de punta solo de pensar en la sangre fría y convencimiento, o la perdida de humanidad que debe alcanzarse para no tener el más mínimo remordimiento respecto a los actos realizados.

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Un recorrido por el escenario de la Solución Final

Oświęcim es la localidad más cercana a Auschwitz desde la que acceder a sus instalaciones hoy día. Actualmente, están habilitados para su visita los denominados Auschwitz I y Auschwitz II – Birkenau.

El primero de ellos aprovechó un antiguo cuartel de la guardia real para ampliarlo y adaptarlo. De esta manera consiguieron establecer allí una nueva prisión, inicialmente para prisioneros políticos, pero que pronto se llenó de otros muchos prisioneros. A la entrada, la frase «El trabajo te hará libre» se mofaba de cada prisionero que pasaba bajo ella.

Entonces, a Himmler se le ocurrió crear un segundo campo de concentración, no muy lejos de allí. Dado que en el primer campo era difícil mantener en secreto todo el plan de exterminio, debían buscarse un lugar más alejado en el que dar rienda suelta a todo ese odio.

Mucho más grande y más preparado para sus planes que el 1º, se ideó desde el primer momento no para la «concentración» de prisioneros, sino para el exterminio directo. La cámara de gas instalada y probada en el primer campo se mejoraba ahora en el segundo para «aumentar su productividad y eficiencia».

Cuatro cámaras, con sus correspondientes crematorios, que podían acabar con la vida de hasta casi 5.000 personas por día. Pero este número era solo teórico, ya que al parecer se llegaron a alcanzar cifras más altas.

El campo alcanzó una ocupación de cerca de 100.000 prisioneros, pero muchos más eran los que llegaban hacinados en vagones e iban directamente a las cámaras. Solo los aptos para trabajar podían tener la «oportunidad» de ser prisioneros.

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Actualmente Auschwitz es visitado anualmente por cerca de dos millones de personas. Ahora la hierba cubre de un intenso color verde un suelo que fue manchado por sangre y carne de muchos seres humanos que acabaron cayendo desfallecidos o muertos sobre él.

El cielo, ahora azul en las fotos que te muestro, no hace justicia a la memoria. Es inevitable pensar en este periodo en tonos oscuros y descoloridos, en parte por las muchas fotografías y documentales en blanco y negro que en algún momento todos hemos visto, que cubren de un velo gris que cubre ese recuerdo de la tristeza del dolor y la muerte.

El cielo era azul también en los años 40, si, pero la historia nos trae todos esos duros momentos en blanco y negro no solo por la tecnología fotográfica de la época, si no por que seguramente gris era el color que tenía el cielo azul para todos los que sobrevivían a duras penas en todos estos campos.

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Es espeluznante ver también las pilas de zapatos, maletas e incluso restos de los cabellos que le eran cortados a todos los presos que iban llegando en los trenes a los campos de concentración. Lo más inquietante de todo este proceso de aislamiento y robo progresivo de la dignidad era precisamente la ingeniería social que las fuerzas nazis utilizaban con gran habilidad.

Persuadían a los presos para convencerles de que no eran realmente presos. Poco a poco, a lo largo del tiempo en el que se iba desempeñando este plan, eran poco a poco separados del resto del pueblo.

Primero los iban trasladando a otros barrios de las ciudades, formando guetos, luego se levantaban muros en torno a ellos para limitar y controlar sus movimientos. El siguiente paso solía ser el degradarlos, destinándolos solo a trabajos de baja cualificación y salarios ridículos. Se les restringía el acceso a cada vez más productos y alimentos de primera necesidad.

El traslado a los campos fue posiblemente lo más difícil de hacer. Pero consiguieron convencer a muchos de que solamente eran reubicados en asentamientos para judíos en el Este. Nada más lejos de la realidad…

Es cierto que, a pesar de los muchos esfuerzos por normalizar algo así para controlar las posibles revueltas, éstas se iban sucediendo, pero siempre de manera esporádica y en un número siempre muy controlable por las fuerzas militares.

A ello había que sumarle la cultura del chivatazo que inculcaron, de manera que se intentaba conseguir que el vecino fuera quien delatara a aquellos que podían ser un problema para el Reich.

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Las mujeres en Auschwitz

En Auschwitz I, en 1942, se levanta un muro de 2 metros para separar a las mujeres en su propia sección, separada de la de los hombres. No duró ni medio año. Todas fueron trasladadas a Birkenau, enviándose a un tercio de ellas a las cámaras de gas.

El resto sufrieron un destino todavía peor que el de los hombre, ya que debían soportar (por si no fuera ya suficiente) las vejaciones, abusos y malos tratos del personal de las S.S.

Se dice que la crueldad de las mujeres que formaban parte de las S.S. era incluso mayor que la de los hombres encargados de la vigilancia. Esto, sumado al hecho de que los trabajos físicos resultaban mucho más duros para ellas, provocaba que el número de mujeres que se quedaron por el camino fuera mayor en proporción al de los hombres.

También se las destinaba a experimentos «médicos». Aquí el doctor Menguele (conocido por sus retorcidas experimentaciones con todo tipo de personas y seres vivos) desplegaba sus conocimientos para desentrañar el misterio genético de las «razas inferiores».

No era el único, desde luego. Otros médicos buscaban métodos eficientes de esterilización y castración con químicos, rayos X y cualquier otro sistema que se les ocurriera y los probaban directamente con las prisioneras.

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Reflexiones

Me preocupa el frivolismo que la distancia en el tiempo de los hechos acaecidos a mitad de siglo XX nos salpica a los habitantes del mundo del siglo XXI. Me preocupa porque en ocasiones me sorprendo a mi mismo siendo ese frívolo que no me gusta ver en otras personas.

Visitar lugares como este campo de concentración tiene el deber de tocar al menos alguna tecla en nuestra consciencia. No debería ser, bajo ningún concepto, un paseo agradable.

Por ello, me hace sentir realmente incomodo el ver como hay gente que se acerca hasta aquí como quien está visitando los escenarios en los que se rodaron películas míticas del genero bélico (y lo hago recordando a uno de los visitantes que nos acompañó en nuestra visita guiada que era feliz por cumplir su sueño de estar allí como gran amante de la historia de la II Guerra Mundial y no hacía más que recordarnoslo en voz alta mientras su mujer le fotografiaba en cada punto de interés).

Hay gente que me dice que no quiere ir porque no sabe si la angustia le hará pasar un mal trago. Y tal vez esa sea una buena reacción, en mi opinión. Estás caminando sobre tierra manchada de sangre derramada por la crueldad humana, contemplando objetos personales arrebatados, matas de pelo cortadas, barracones destinados a subsistir en condiciones infrahumanas. ¿Como deberías sentirte entonces?

Para acabar, solo quiero dejar patente que, aunque esto es un memorial de hechos del pasado, los campos de concentración no lo son. La tan manida frase del filósofo George Santayana siempre es la mejor definidora de porque deben existir lugares como éste: «Todo aquel que olvida su historia, está condenado a repetirla»

Hoy en día vivimos el mayor éxodo de refugiados desde la II Guerra Mundial, superior incluso a las cifras que se tienen de aquella época. La diferencia es que esta vez no es para huir de Europa, sino para entrar en ella. Y eso parece que lo cambia todo. Hay conflictos bélicos de todo tipo. Desde Siria, Irak, Yemen, Burundi, Sudan del Sur o Libia hasta países vecinos como Turquía o Ucrania, cuyo pulso con Rusia y la ya perdida Crimea siguen coleando.

Todo ello pone en constante riesgo la vida de sus habitantes, crea la necesidad de huir de ellos o simplemente acaban siendo prisioneros, o directamente víctimas, en el país que había prometido protegerles.

Allí donde se esté desencadenando un conflicto bélico, no habrá ni buenos ni malos, solo victimas. Solo el paso del tiempo dará perspectiva y solo la historia conseguirá aproximarse un poco a contar lo que está ocurriendo ahora mismo mientras estás leyendo estas lineas…

Auschwitz

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