
Kioto, tradición japonesa en cada rincón
El tren bala, o shinkansen, se detenía en el andén de la estación de Kioto. Dejábamos a primera hora de la mañana el que fue nuestro cuartel general durante la estancia en Tokio, para ponernos rumbo a Marunouchi de nuevo, aunque esta vez para tomar el tren que nos alejaría de Tokio.
600 kilómetros en apenas 3 horas de viaje, nos dieron la oportunidad de descansar un poco e incluso echar un rápido vistazo al monte Fuji, aunque muy a lo lejos por la distancia que nos separaba. La que antaño fue capital del imperio japonés nos esperaba con los brazos abiertos.
Kioto es una ciudad completamente distinta a Tokio en muchos aspectos, y se percibe desde el primer momento que llegas a ella. Atrás quedaban largas caminatas entre enormes y altos rascacielos, pantallas gigantes en todos los grandes cruces de los barrios más glamurosos, carteles luminosos y neones en cada una de las fachadas y por supuesto los continuos viajes en metro.
Un ambiente cosmopolita y vanguardista se veía reemplazado por otro más autentico, más tradicional. Kioto bien puede considerarse la representación a gran escala de un pueblo típico japonés. Un crecimiento a través del tiempo mucho más pausado que el de Tokio hace que perdure ese aura de tradición con su millón y medio de habitantes, una cifra nada despreciable, pero muy lejos de los 34 millones de la megalópolis que es Tokio. Kioto representa de una manera más fiel la sociedad japonesa y el día a día de como viven.
Su condición de antigua capital del país, hasta que Tokio le acabó quitando ese titulo, hace que el patrimonio cultural de la ciudad sea amplísimo, trayendo hasta nuestros días la evolución de una ciudad que evoca constantemente a como debía ser unos siglos atrás. La segunda guerra mundial, y por lo tanto las bombas atómicas que asolaron el país, implicó grandes daños en muchas de sus ciudades, que tuvieron que ser reconstruidas. En el caso de Kioto, los estadounidenses decidieron respetar la ciudad por su legado histórico. Una pequeña concesión que no apaciguaba el impacto bélico norteamericano.
Para nuestro contacto con Kioto quisimos experimentar un poco el estilo japonés y optamos por alojarnos en un Riokan o vivienda clásica, con paredes de papel, tarimas de madera y futones en el suelo para dormir. Como el presupuesto era limitado, buscamos un hostel que cumpliera estos requisitos, y el Gojo’s Guesthouse fue la elección apropiada. Nos ubicaron en un anexo, que consistía en una casa construida enteramente en madera, escondida entre uno de los muchos callejones del barrio en el que nos encontrábamos.
Castillo Nijo
Una visita indispensable es el castillo Nijo en esta ocasión en el mismo centro de la ciudad. Allá por el 1600, la familia Tokugawa eran los emperadores japoneses que reinaban. Siendo la capital del país Edo (la actual Tokio), decidieron levantar una residencia imperial donde pasar sus periodos en Kioto, ya que era la denominada corte imperial, por lo que ordenaron a sus señores feudales la construcción del castillo.
Su existencia no estaría exenta de desgracias, ya que después de un siglo sin incidencias, primero un rayo y años después un incendio que acabó extendiéndose por la ciudad, destruyeron varios de los edificios que lo conformaban. El castillo permaneció abandonado un siglo entero después de esto, hasta que acabo cediéndose a la ciudad y ahora forma parte del conjunto histórico de ésta.
A ello hay que añadirle grandes jardines, casas donde se realiza la ceremonia del té o la posibilidad de una visita guiada por el castillo representando la vida unos pocos siglos atrás, que completan la experiencia.
Gion y baños
Para poner fin al día, un paseo por el barrio de Gion. Nos encontramos con una calle iluminada con faroles y donde múltiples casas del té ofrecen sus servicios, así como el de las populares geishas, que comúnmente ofrecen alguna actuación en los locales de ña zona, ya que contrariamente a lo que se piensa, el oficio de geisha consiste en realizar una interpretación y entretener de esa manera al publico.
Las calles de Gion deben ser admiradas con las ultimas luces del día, ya que los faroles de las puertas y la iluminación de la calle generan la atmósfera perfecta. Teníamos la suerte de que nuestro hostel estaba a poca distancia de allí, por lo que era uno de los lugares que era una constante zona de paso.
Una de las mejores costumbres existentes en Japón es la del baño. Debido a la abundancia de balnearios termales en el país, la cultura japonesa tiene muy extendida la utilización de los baños en agua caliente como medio de relajación. Para ello, algunas de las opciones son, o visitar un Onsen o balneario que en el caso de Kioto suponía desplazarse a las afueras de la ciudad, o utilizar uno de los baños públicos que se encuentran por diversos rincones.
Un buen repertorio de bañeras con distintas temperaturas e incluso algunas con corrientes eléctricas se complementan con una sauna ofreciendo una oportunidad de relajarse y recuperarse del cansancio. Aunque cada vez más gente dispone de una versión familiar de este tipo de baños en sus casas, todavía existen bastantes de estos locales, aunque como pudimos comprobar sus clientes son la gente de más avanzada edad, que son los que todavía mantienen estas costumbres.
Conseguimos llegar a uno cercano al hostel gracias a que el chico de recepción nos llevó hasta él en un recorrido imposible de repetir sin su ayuda. Una buena ducha antes de utilizar las bañeras y una buena sesión de cambios de temperatura y sauna nos dejaron con el cuentakilómetros a cero.
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